Fiallo

CONTRA LA GUERRA
Santo Domingo
26 de marzo de 2003


El mundo se encuentra en una situación crítica que puede apuntar hacia eventos catastróficos sin precedentes. El imperio norteamericano ha concebido el designio de dominar el mundo, para lo cual se dispone a librar guerras de magnitudes devastadoras. George Bush ha afirmado explícitamente el derecho a la soberanía planetaria en nombre de la seguridad de Estados Unidos. Se desconoce y se viola la carta de las Naciones Unidas, que ha regulado las relaciones internacionales en las últimas décadas, con su principio básico de la igualdad de los estados. El ejecutivo estadounidense se ampara en los hechos del 11 de septiembre, pese a que está suficientemente establecido que los organismos de seguridad de ese país estaban en conocimiento de que algo se tramaba. El ataque a las Torres Gemelas suministró el conveniente pretexto para una cruzada tendente a subordinar sin apelativos a los restantes focos de poder económico y militar y barrer, a la medida de conveniencias y posibilidades, a aquellos pequeños países que obstaculicen los propósitos hegemonistas.

No hay precedentes en la época moderna de tal desbordamiento de agresividad, a no ser la Alemania nazi encabezada por Adolf Hitler. La diferencia estriba en que hoy el suprapoder norteamericano dispone de medios de destrucción incomparablemente mayores que, en manos de una camarilla irresponsable, hacen pender de un hilo la seguridad internacional, planteando a la larga riesgos para la propia supervivencia del género humano. En las últimas semanas los círculos gobernantes estadounidenses han hecho uso de una inaudita capacidad de mentir, al grado de comprobarse la utilización de documentos falsificados, con el desmentido correspondiente por el jefe de los inspectores de las Naciones Unidas.

Se libra una guerra con el pretexto de la posesión por el régimen de Saddam Hussein de armas químicas y bacteriológicas cuya existencia no ha podido ser demostrada. En caso de estas existir, resulta obvio que no representan el peligro que se esgrime. Se calla, cínicamente, que las armas químicas y bacteriológicas fueron suministradas al ejército iraquí por Estados Unidos e Inglaterra para usarlas contra el régimen iraní de los ayatolas. Si hay en la actualidad un país que ofrece una seria amenaza es Estados Unidos, dedicado a una incesante innovación de armamentos cada vez más mortíferos.

Una codicia sin límites motiva esta carrera militarista. La actual guerra está concebida como un eslabón de una cruzada ininterrumpida. A las pretensiones de hegemonía mundial sin restricciones se añade la búsqueda de los recursos petroleros del Cercano Oriente. Con el objetivo de una nueva colonización sobre Irak se pretende no solo disponer de sus yacimientos petroleros, sino condicionar progresivamente las políticas de los países vecinos, en especial Arabia Saudita e Irán, ambos con voluminosas reservas petrolíferas.

Adicionalmente esta guerra está concebida como paliativo para el estado depresivo en que se encuentra la economía de Estados Unidos, al tiempo que se visualiza como un negocio de magnitudes gigantescas.

Como Washington, junto con los regímenes asociados, necesita la guerra a toda costa, decidió prescindir de las formas más elementales que deben regir las relaciones internacionales. Han sido echadas por la borda las proclamas de abanderados de la democracia en el mundo con que tradicionalmente los círculos gobernantes estadounidenses han justificado sus políticas. Amenazas casi no veladas se han dirigido a los países que han defendido la legalidad de las resoluciones de la ONU, en especial Francia, Alemania y Rusia. Sencillamente se esgrime de manera hiriente la ley del más fuerte en desmedro de la paz.

Miles de iraquíes están siendo las primeras víctimas propiciatorias de las ansias de este Moloch moderno, que son los círculos gobernantes estadounidenses, los especuladores financieros, los petroleros y los productores de armamentos.

La humanidad se encuentra ante uno de los retos más dramáticos de su historia. Con su carrera bélica, los gobernantes estadounidenses utilizan su poder económico y militar contra el género humano. Millones de niños, ancianos, mujeres y civiles indefensos iraquíes padecen los efectos de la guerra. Por consiguiente, se torna urgente una movilización internacional que logre detener a esta camarilla despiadada. Lo que está en juego no es la defensa del régimen de Saddam Hussein, sino el derecho a la autodeterminación del pueblo iraquí, al igual que todos los demá. Las manifestaciones a lo largo de las pasadas semanas ponen en evidencia que está surgiendo una nueva conciencia entre amplios sectores de la humanidad acerca del peligro que representa el belicismo imperial y el consiguiente imperativo de la paz.

Nosotros, los firmantes, ciudadanas y ciudadanos en la República Dominicana, cumplimos con el deber moral de sumarnos a la campaña mundial contra la guerra. Manifestamos nuestra voluntad de mujeres y hombres libres para resaltar la valoración de la paz como un bien supremo de la humanidad, máxime en esta época en que la tecnología bélica confiere dimensiones cada vez más espantosas a la guerra.

Rechazamos la decisión del Gobierno Dominicano de sumarse a la política de agresión de Estados Unidos, desconociendo de manera vergonzosa no solo el sentir generalizado de los habitantes de este país acerca de la guerra actual, sino la propia historia nacional, en cuyo decurso se han padecido las ocupaciones militares de 1916 y 1965.

Llamamos a todos los dominicanos y dominicanas a movilizarnos a favor de la paz. Lo que se juega no es ajeno a nuestro destino. Todos estamos en condiciones de contribuir a derrotar la guerra. Una nueva conciencia cívica y moral debe manifestarse en estos dramáticos momentos. Tendrá el reto de derrotar el desprecio mostrado por los gobernantes de Washington hacia el clamor mundial por la paz. Todo el mundo está convocado, sin importar diferencias de condición social, sexo, edad, convicciones políticas o creencias. El ejemplo está dado por manifestaciones multitudinarias en países cuyos gobernantes son los protagonistas de la agresión, además de Estados Unidos, notablemente Gran Bretaña, España e Italia.

Solo la unión de los pueblos en una demostración contundente de valor moral podrá torcer el ominoso rumbo que practican los que intentan erigirse en amos del mundo.


Francisco Alberto Henríquez, Rafael Kasse Acta, Emilio Cordero Michel, Antonio Thomén, Antonio Avelino, Carmen Durán, José Antinoe Fiallo, Josefina Zaiter, Marcos Villamán, Dignora García, Juana Sánchez, Josefina Espaillat, Brígida García, Blanca López, Argentina Henríquez, Consuelo Gimeno, Rolando Tabar, Roberto Cassá, Raymundo González, Nicolás Guevara, Dante Ortiz, Angel Ruiz Burgos, Magda Pepén Peguero, Guillermo Jáquez, Carmen González, Ana Cecilia Alepre Brousset, Rafael Alvarez, Celeste González, Héctor Antonio Martínez, Noris Mercedes Garabito, Franklin Peralta, Oscar Moreta, Rafael O. Féliz, Luesmil Castor,